domingo, 17 de agosto de 2008

EL SABOR DE LA NOCHE


EL SABOR DE LA NOCHE de Wong Kar Wai

Dos bares. Una carretera, una mujer. Un casino, un hombre. Dos pares de amantes.
La distancia insondable entre dos personas en donde los diálogos son siempre formas de rodeo en torno a los cuerpos a los que no se puede entrar.
Bares… no-lugares donde el amor no-se encuentra. Pero donde las emociones estallan por los costados (las huidas, las dispersiones) y de frente (un choque de auto), de cara a la imposibilidad de la comunión.
Temáticas afines a un director que entiende el estado latente de los sentimientos amorosos en sus manifestaciones azarosas y peligrosas cuando la imposibilidad es la regla. Wong Kar Wai puede estar en Hong Kong, su patria cinematográfica originaria (aunque él nació en Shangai), puede acompañar a sus amantes hasta Buenos Aires (como en Happy Together), o puede directamente situar toda la acción y cambiar de idioma como en El sabor de la noche, y ser los Estados Unidos el nuevo refugio para sus imágenes, pero siempre la química inaprensible y esquiva entre los amantes será su territorio.
El cambio de lugar era tema de preocupación previa para los incondicionales del director (típica frase tribunera: “se yanquilizó”) ¿Su mundo de imágenes se sostendría en este nuevo contexto? Pregunta un tanto inconducente teniendo en cuenta que Wong Kar Wai es tal vez el director posmoderno por excelencia. De esos que se dedican a borrar fronteras y hacer universales, para bien o para mal, sus inquietudes formales.
Tomando como antecedente inmediato a Wim Wenders, cuando se aleja de su Alemania natal y toma también las rutas de la América profunda en 1984 con Paris Texas, filmando también la imposibilidad del amor. Las similitudes entre los filmes son muchas. Desde la música conducida por el eximio guitarrista Ry Cooder en ambas películas acompañando la misma visión sobre la Norteamérica mítica, una que probablemente ya no exista, o probablemente nunca existió y solo pertenezca al imaginario cinematográfico. Pero como buenos bucaneros es esa, y no otra, la America/Tesoro que van a buscar tanto Wenders como Wong; recorriendo sus caminos, deteniéndose en sus bares y escarbando en sus seres olvidados, marginados. El parecido físico del personaje mas outsider de El sabor de la noche, David Strathairn, con el Harry Dean Stanton de Paris, Texas es como menos curioso y colabora en mucho al trazado de analogías.
Solo que Wong Kar Wai se aleja de la grandilocuencia pretenciosa de Wenders (que se hizo patente en su otro film mas reciente sobre Norteamérica, Land of Plenty) para hacer un film más pequeño, más cercano a un ensayo, o a un ejercicio de formas. Si uno viene con el antecedente de las obras maestras previas del director (Days of Being Wild, Chunking Express, Fallen Angels, Con Animo de Amar) puede sentirse decepcionado por la propuesta y despotricar contra el director (algo que ha ocurrido en muchos sectores de la critica cuando el film fue estrenado en el festival de Cannes del año pasado), pero no se puede dejar de reconocer que incluso un film menor de Wong Kar Wai es infinitamente superior a la mayoría de las películas que podamos ver estrenadas este año.
Ya que su titulo “argentino” menciona al sabor, la exquisitez visual esta asegurada (por mas que en la fotografía no este ya su ladero habitual, el grandísimo Christopher Doyle), la elegancia formal también. El genial barroquismo de la puesta en escena aleja toda pretensión de teatralidad que podrían temer sus escenas (la mayoría transcurren en únicos escenarios, los consabidos bares, durante largos minutos).
Para Wong vendría a ser un film de cámara, en el sentido musical del término, aunque si bien ninguno de sus filmes anteriores se alejan de esta definición. Siempre existe en ellos un papel predominante a la música popular en cualquiera de sus manifestaciones. ¿Cómo olvidar el clásico “California Somnolienta” o “Linger” de los Cranberries en Chunking Express, o a Nat King Cole en Con animo de amar?.
Aquí el soundtrack es también exquisito bajo la cuidada selección del ya nombrado Ry Cooder. La propia Norah Jones, protagonista principal, aporta un tema en exclusiva a la película. Pero sobresale por categoría y clase la sorprendente Cat Power (que además tiene un breve papel como ex-novia de Jude Law) con su tema “The Greatest”, canción del disco homónimo que el director escuchaba obsesivamente mientras planeaba la película.
Se dijo siempre que el guión era el de un cortometraje, y eso se nota. Tal vez sea su lado discutible. Las acciones están alargadas, por momentos, innecesariamente y si sacáramos las estilizadas ralentizaciones habituales del director probablemente el film duraría mucho menos y ganaría en concisión y precisión.
El film se divide claramente en dos bloques siendo Norah Jones el hilo conductual de ambas secciones. Aunque en la primera parte, que transcurre en Memphis, ella es mera observadora de la tragedia amorosa de los personajes de David Strathairn y Rachel Weisz. Ya en la segunda mitad, por lejos la más interesante, su rostro adquiere el rol predominante saliendo airosa de su primera actuación cinematográfica.
Aquí, cuando se cambia de escenario y Las Vegas pasa a ser la ciudad, es donde la cámara se libera del encierro y adopta formas mas libres, sale a tomar aire y como espectadores sentimos la brisa fresca en la cara. Además, esta segunda parte, tiene un factor desequilibrante que se llama Natalie Portman. Usar a la Portman en un film, filmarla, por desigual que pueda ser este film, significa que en sus escenas la imagen se ve transportada a un mundo de ensueño. Es una de las presencias actorales mas fuertes y bellas que existen en el cine actual, y su rostro enamora a la cámara. Cuando junto a Norah Jones huyen de La Vegas en auto, uno desearía estar en el asiento trasero, observándolas, siguiéndolas. Unas Thelma y Louise menos rebeldes y más líricas, preocupadas por si hay que confiar o no en el género humano y en el amor.
Es notoria la inversión genérica que realiza Wong Kar Wai en donde rompiendo estereotipos, los hombres son los seres pasivos, los que esperan, los que están quietos, hombres-bares. Mientras que ellas, son las activas, las que buscan, las que andan, las que se adentran en nuevos territorios, mujeres-coches. Gran reverso cultural. Porque si bien amar puede ser un asunto de espera, de confianza y de dejarse caer, también es paradójicamente una cuestión de búsqueda de libertad.

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